Un aleación de magnesio, acero, bronce, plástico, cobre, silicio, germanio, oro y cristal líquido con propiedades magnéticas perfectamente ensamblados, inmejorablemente conectados para la automatización de sus mecanismos: ésa es mi cámara.
Ella se nutre de tarjetas de memorias, objetivos, pantallas lcd, filtros, parasoles e infinidad de accesorios; ella se alimenta de energía externa y de sus amadas baterías para nacer una y otra vez, porque ella es una máquina y necesita más y más para ser mejor.
Mi cámara es coqueta y necesita que alaben continuamente sus megapíxeles, su resolución extrema, su sensibilidad, su rendimiento, su gran sensor. Se crece cuando la aclaman y se encela cuando el mercado la olvida por otra, porque ella es una máquina y está a merced de la opinión de terceros.
Mi cámara es miedosa, en un mundo en constante evolución siente un terrible pavor ante el cambio, ante la innovación, tiembla al pensar en las nuevas generaciones, porque ella es una máquina y no es capaz de superarse.
Mi cámara no sabe cuál es la mejor luz cuando yo busco una belleza concreta. No conoce el valor emocional de una mirada, de una caricia, de una palabra. Ella procesa con un programa y yo me dejó embargar por un sentimiento que ella jamás entenderá.
MI CÁMARA ES DEPENDIENTE, NO SABE DÓNDE MIRAR CUANDO YO CIERRO LOS OJOS
Si ella tuviera capacidad de decidir y no me necesitara sería una tirana, dispararía a todo lo que se moviera, haría ráfagas indiscriminadamente, se colocaría en cualquier lugar, aunque molestara, porque es como una niña caprichosa y siempre quiero verlo todo, ser la primera.
Si yo no refrenara sus impulsos buscaría solo una luz, porque ella no entiende los matices de las sombras y se dirigiría hacia las sonrisas artificiales, porque ella no distingue lo real, no comprende una media sonrisa, un suspiro y no sabe que los ojos también ríen y esos nunca mienten.
ELLA ES MUY PROMISCUA, EN REALIDAD, A ELLA LE DARÍA IGUAL QUE YO APRETARA EL BOTÓN O QUE LO HICIERA CUALQUIER OTRO SER HUMANO.
Mi cámara es indomable, por eso, cada día, cada historia que quiero contar, debo quitarle su tapa con mimo y repetirle que la que mando soy yo. Que yo sé cómo quiero jugar con la luz, que yo entiendo el alma humana y que ella es una máquina perfecta y yo, afortunadamente una persona imperfecta.
Por eso, cuando buscas tu futuro Álbum de Bodas deberías reflexionar si la persona que se encuentra domando a su cámara es a quien deseas revelarle tu alma, es a ella y no a su máquina con quien lo harás, deberías plantearte en quién vas a confiar tus lágrimas y tus emociones, deberías tener claro a quién le abrirás las puertas de tu vida y de tu hogar. Cuando comiences a dar tus primeros pasos hacia tu Gran Día deberías tener en cuenta para no arrepentirte jamás, si el precio que buscas corresponde al valor de lo que deseas.
Y es que una cámara es solo una máquina, un objeto inanimado y que hoy en día está a cualquier alcance, pero lo importante, lo realmente trascendental es quien mira a través de ella, porque quién siente, se emociona, ríe y llora es una persona que debe formar parte de tu historia para ser capaz de contarla y sobre todo porque esa persona será la encargada de crear los recuerdos que permanecerán para siempre en tu familia y crearán el mapa de tu vida.