En un cálido diciembre, en el que los polvorones se acompañan de sol y los brindis se hacen en las terrazas, el deseo de Sonia me llegó directo al centro de mis emociones, supongo que por el reflejo que supone, y porque sé que la vida se mide en los días que pasamos con quienes más amamos. Los momentos así vividos son un regalo presente, y si los capturamos, los congelamos, los atrapamos, se convierten en un eterno recordatorio de la felicidad vivida.
No hay nada más puro que el Amor de una madre. Ese sentimiento tan grande que compensa y equilibra la vida, ese irrefrenable deseo de que el mundo se pare para verla crecer feliz. Me pareció tan hermoso este regalo que Sonia quiso hacerle a Daniela en el día de su noveno cumpleaños que me sentí reflejada en esas miradas, en esa complicidad, en ese momento que deseas quede congelado para siempre.
Daniela cumple nueve años, edad maravillosa donde los gestos infantiles comienzan a dar paso a pensamientos e inquietudes que nos hacen vislumbrar el crecimiento en su mayor esplendor. Sonia mira embelesada a Daniela, que huye de los incidientes rayos de luz, y se deja guiar por su madre. Daniela, una preciosa niña que sopla las velas con la ilusión de los sueños que están por cumplir. Igualmente José Manuel observa a su hija y la adoración se vuelve brillo en sus ojos.
Bajo de Guia se convierte en el marco de estos preciosos momentos que apuntamos en ese personal e invisible cuaderno de bitácora que constituye la fotografía que cuenta historias felices.
Gracias Sonia, Gracias Familia.
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