Llegó el Gran Día, al alba, las nubes envidiosas, secuestraron al astro rey, pero era imposible oscurecer un día tan esplendoroso. Por eso, cuando Mila llegó al Castillo, éstas, lloraron de emoción al contemplar su belleza. El paso de la novia se hizo firme del brazo de su padre y Dani, absorto, junto a la mujer que le dio la vida, esperaba a aquella que se había convertido en su centro vital, así la esperaba, con ese brillo en su mirada que gritaba en silencio su gran amor. Ya, juntos, de la mano, miraron hacia el mar, escucharon las palabras de unión que los convertirían en marido y mujer, y tras el intercambio de alianzas, convirtieron un momento de la vida, un esperado instante, en un recuerdo imborrable. Entre vítores, arroz y pétalos el brindis llegó, después el sol, ganó la batalla en los cielos, y así, poderoso, acudió a la cita regalando a los recién casados su luz y su calor. Y en la torre más alta, las risas, las idas, las venidas, las miradas y los besos se multiplicaron, era el preludio de un día lleno de sorpresas en el que Mila y Dani se dejaron envolver por una emoción tan fuerte, poderosa e increíble…el regalo más especial, insustituible y mágico, ese hermoso sentimiento global de todos los que conforman su mundo: el Amor compartido.
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